jueves, 18 de septiembre de 2008

Ensayo sobre Dostoievski

EL IMAGINARIO QUIJOTESCO EN DOSTOIEVKSI


César Valencia Solanilla
Universidad Tecnológica de Pereira

A la memoria de Roberto Vélez Correa, otro quijote

Es criterio aceptado por la historia literaria, y casi un lugar común, afirmar que Don Quijote es una de las obras que más ha influido en el desarrollo de la literatura de Occidente. El comienzo mismo de la novela como género predominante en la modernidad remite a la aparición de esta célebre creación de Cervantes y en el lenguaje corriente lo quijotesco es sinónimo de lo fantástico, lo disparatado, lo ilusorio, lo ideal, lo quimérico, de tal forma que el maravilloso personaje habita en el imaginario de la humanidad como un referente cultural “universal”. Es posible afirmar, en este sentido, que Don Quijote sea una de los libros más difundidos de la historia humana, como los grandes libros sagrados de las religiones mayores. Por lo tanto, que sea también uno de los libros más leídos, al menos entre los escritores de todas las latitudes, ya que representa una referencia indispensable para la concepción misma del arte literario.

En la literatura rusa del siglo XIX, Fiodor Mijaílovich Dostoyevski (1821-1881) fue uno de los escritores que más abiertamente expresó su admiración y reconocimiento por esta obra de Cervantes y su presencia se hace visible en la concepción y escritura de la novela El idiota y en la colección de ensayos, comentarios, artículos periodísticos y memorias que integran el Diario de un escritor. Para estas aproximaciones críticas, se propone examinar primero lo que para Dostoyevski representaba el sentido de realidad en la creación artística –conforme su propia experiencia como creador de ficciones y a la vez lector entusiasta de Don Quijote- y luego estudiar en detalle lo que puede llamarse el imaginario quijotesco de Dostoyevski, que se revela ampliamente en la concepción del príncipe Liov Nikoláyevich Mischkin, el personaje protagónico de El idiota.

El sentido de realidad

De una clara inspiración romántica en sus concepciones filosóficas, Dostoyevski siempre aspiró a crear un mundo propio a través del arte, no el de la quimera de una realidad imposible, sino algo que se pareciera a la cotidianidad, en donde él afirmaba, está representado lo fantástico, en la medida en que el hombre pudiera indagar a fondo en lo inédito, en el carácter desconocido y oculto de las cosas. Lo que un auténtico artista realiza, en la perspectiva de Dostoyevski, es hacer creer en la ilusión de que lo que él inventa está fuera de la realidad, pero al mismo tiempo mostrar que aquello que parece fantástico no es sino una forma un tanto más compleja de ser de la realidad. Esta concepción, que como veremos está entroncada con el ideal quijotesco del arte y de la vida, representa uno de los puntos esenciales de la poética del novelista ruso: el sentido de “realidad” en la creación literaria.

En varias de sus novelas, en especial en El idiota y en la recopilación de sus escritos periodísticos y ensayísticos del Diario de un escritor expresa sus ideas respecto de la manera como la literatura de ficción puede revelar con mayor “verdad” aquello que aparentemente es “mentira”, porque lo más característico de la realidad es, precisamente, la fantasía o la ilusión. En una carta que le dirige a Nikolái Nikoláyevich el 10 de marzo de 1869, en defensa de las críticas que le han hecho por la reciente publicación de El idiota, lo dice sin reticencias: “… Yo tengo mis ideas propias sobre la creación en arte; y aquello que los demás califican de casi fantástico y excéntrico constituye para mí muchas veces lo más característico de la realidad” . Los personajes de Dostoyevski, aunque aparezcan marginales, terribles, ideales y deban soportar situaciones excepcionales, casi increíbles, son personajes realistas pues están concebidos, en gran parte, desde esta especie de estética de la excentricidad, es decir, desde la vivencia de lo extraordinario como ordinario en su manera de encarar el mundo y relacionarse con los otros, a partir de un mundo interior complejo, pero que los hace por ello mismo más reales y creíbles que los seres mundanos que habitan el mundo histórico; en particular, sus personajes más característicos, como Raskólnikov en Crimen y castigo, Iván, Dimitri y Smérdiakov en Los hermanos Karamásov, Stavroguin en Demonios y sobre todo Mischkin de El idiota, que es una especie de Don Quijote ruso del siglo XIX.

Este sentido de “realidad” no es, desde luego, una invención del gran novelista ruso, ya que corresponde a la esencia misma del arte literario, que es el de inventar realidades imaginarias pero confiriéndoles una fuerza expresiva tal que puedan no sólo revelar sino agregar elementos más significativos a la propia realidad, conforme lo analiza Vargas Llosa respecto de uno de los escritores claves del realismo francés, Gustave Flaubert . Resulta entonces paradójico que quien fuera llamado en su tiempo el creador de la “novela social” por Bielinski y considerado siempre uno de los mayores exponentes del realismo ruso –con Gogol y Tolstoi- tenga unas concepciones estéticas tan singulares, al conferirle a la realidad-real un carácter fantástico.

Aunque en toda la extensa obra de Dostoyevski podía rastrearse esta idea de la realidad real comparada con la realidad ficticia, existe sin embargo un texto que puede ser un paradigma para reflexión, que el novelista ruso le dedica a Don Quijote y que hace parte del Diario de un escritor. El texto se denomina “La mentira se salva con la mentira” y menciona la manera que Don Quijote explica a Sancho cómo, en tratándose del mundo de aventuras maravillosas que debe vivir, aunque sea “imposible” que un caballero pueda dar muerte con su espada a cientos o miles de enemigos en un solo día, basta con pensar que ellos son frutos del sortilegio para que de un tajo puedan eliminarse, de tal forma que el brazo del caballero salga airoso en la lucha:

“Ya he resuelto mi enigma, amigo Sancho –dijo, finalmente, Don Quijote-. Y es que como todos esos gigantes y todos esos malignos hechiceros eran poderes impuros, también sus ejércitos eran de condición impura. Quiero decir que no estaban formados de verdaderos hombres como nosotros. Eran esos hombres obra de sortilegio, y así, sus cuerpos no podían ser semejantes a los nuestros, sino más bien..., digamos a los de los moluscos, gusanos y arañas. Siendo así, una espada recia y buída, esgrimida por la mano de un poderoso caballero, podía traspasar todos esos cuerpos en un abrir y cerrar de ojos, casi sin encontrar resistencia..., pues se desvanecerían como el aire. De esta suerte, de un solo mandoble podía desbaratar, efectivamente, tres o cuatro cuerpos de ésos y hasta diez, si estaban muy juntos. Así se comprende al fin cómo la cosa les resultaba tan sencilla a esos caballeros como para que en unas cuantas horas diesen cuenta de todo un ejército de aquellos malignos alárabes y demás gentecilla...”

Es decir, que la “crisis de realidad” que llega a afectar en un momento al Hombre de la Mancha porque es indispensable explicar “racionalmente” su acción, debe resolverse en el mismo mundo de lo imaginario, mediante una sobrecarga de fantasía, que hace más verosímil el mundo de la ficción. Que aún en el mundo de ficción, es preciso que exista verosimilitud, correspondencia entre lo que se narra y lo que se vive en la fantasía, de tal forma que ésta será más “verdadera” en cuanto pueda añadírsele elementos heurísticos que así lo justifiquen.

(…) De esta suerte queda satisfecho el realismo, salvada la verdad, y puede él seguir creyendo tranquilamente en la ilusión primera y máxima, y todo esto gracias a la ilusión segunda, mucho más absurda todavía, concebida por él sencillamente para salvar el realismo de la primera .

Para Dostoyevski este pasaje es memorable y significativo por cuanto, “el hombre fantástico, persuadido hasta la locura de la más fantástica ilusión que imaginarse puede, vese de pronto asaltado de la duda que amenaza dar al traste con toda su fe (…) y siente de pronto el ansia de realismo” . Esta aspiración al realismo supremo del mundo imaginario representa también la aspiración máxima de todo artista y en este sentido la obra de Cervantes es un paradigma en la literatura de Occidente de todos los tiempos. La locura de Don Quijote no es simplemente la confusión de los sentidos por la falta de correspondencia entre lo que se vive y se sueña o se cree soñar, sino la manera ideal en que el personaje literario –y el hombre real- se vuelve más real a través de la fantasía. Tal vez por ello Lukács clasificó a Don Quijote como novela del “idealismo abstracto” en su tipología de la novela , por cuanto el héroe, a través de la acción real o imaginaria, aspira a romper esa degradación que el mundo le ofrece, para hacerlo más puro, más bello. El “ansia de realismo” a través de la potenciación de la fantasía de que habla Dostoyevski respecto del pasaje citado representa, en síntesis, la base fundamental de toda creación artística. La vulgar escisión entre lo inventado como referente de lo fantástico y lo concreto como lo existente en la “realidad” es una dicotomía ambigua derivada del racionalismo, que el novelista ruso rechaza de manera enfática:

… ¿qué puede haber de más fantástico e inesperado que la realidad? ¿Qué puede resultar a veces incluso más inverosímil que la realidad? Nunca el novelista nos presenta inverosimilitudes semejantes a las que nos ofrecen diariamente, a miles, las cosas más vulgares. Algunas superan toda fantasía. ¡Y qué preeminencia sobre la novela!

No existe, entonces, una línea divisoria entre el mundo real y el los sueños, entre la noche y la vigilia. En el mundo del arte y la literatura, la fantasía sirve para apropiarse mejor de la realidad, porque ésta es, asimismo, fantástica. La obra narrativa de Dostoyevski es una muestra de ello, porque pocos como él han penetrado tan profundamente en el alma humana a través de la invención imaginaria, el esperpento, la excentricidad, lo fantástico, lo inverosímil. Al fin y al cabo la ilusión representa unos de los atributos humanos por excelencia y por ello Dostoyevski es, digamos, el gran heredero de Cervantes en la literatura del siglo XIX.

El imaginario quijotesco de Dostoyevski en “El idiota”

La obra que a nuestro juicio encarna de una manera más vehemente lo que pudiéramos llamar el imaginario quijotesco en Dostoyevski es El idiota, una de sus más extensas novelas, escrita en uno de los momentos más difíciles de su atormentada vida, signada siempre por las afugias económicas. En una carta fechada en Ginebra el 13 de enero de 1868 a su sobrina Sofía Aleksándrovna Ivánov-Jmírov, a quien anuncia que va a dedicar su próxima novela, de la que ya tiene escrita la primera parte, y en donde le explica, además, sus planes e ideas para la escritura de esta obra, el autor expresa entusiasmado:

… Sólo quería decir que de cuantas figuras bellas hay en la literatura cristiana la de Don Quijote se me antoja la más perfecta. Pero don Quijote solo es bello por ser al mismo tiempo ridículo (…) El lector experimenta piedad y simpatía para el hombre bueno burlado e inconsciente de su bondad .

La belleza, en este sentido, es sinónimo de bondad, como atributo e ideal del hombre, que Dostoyevski desarrolló de múltiples y complejas maneras en muchas de sus obras, pero que en El idiota llega tal vez a la expresión más acabada, desde la perspectiva de su imaginario quijotesco. El príncipe Mischkin encarna la bondad y la belleza espiritual de los hombres en la medida en que es ridículo, en que es idiota, en que se parece a Don Quijote. Su búsqueda es abstracta, ideal, por cuanto sus acciones y convicciones no parten de un conocimiento ni de una percepción más o menos apropiada de la realidad, sino de su representación imaginaria a través del bien. Desde esta perspectiva vamos a ocuparnos en detalle de esta novela, para constatar no sólo la búsqueda ideal del héroe en su actitud pasiva respecto del mundo que lo rodea, sino la manera explícita como el personaje de Cervantes se menciona y es motivo de reflexiones muy significativas en la novela.

En la segunda parte de la novela, las referencias a Don Quijote son repetidas, en particular aquellas en donde se quiere enfatizar en la naturaleza ridícula y en cierto modo soñadora e ingenua, es decir, los rasgos que caracterizan lo que puede significar un idiota para los demás en un mundo de convenciones, simulaciones y verdades a medias. En el caso del príncipe Mischkin no se trata de un soñador, de un idealista ingenuo, sino de un idiota, un hombre ridículo del que todos se burlan, pues ellos perciben la degradación a la que es sometido por la mala intención y el engaño, mientras que el príncipe no puede entender las encrucijadas del mal, por cuanto es puro bien, pura bobería e idiotez en ese mundo de la simulación. Como Don Quijote, para quien la realidad es una falacia y sólo existe como verdad su mundo imaginario, para Mischkin lo verdadero no está en relación directa con la “verdad” del mundo real y de la acción o el pensamiento de los otros, sino de sus ingenuas convicciones personales, de su ensoñación y “buena fe”. Es un hombre inepto para el mundo, bondadoso, y, por lo tanto, un idiota, un hombre en estado de “inocencia edénica”, según Rafael Cansinos Asséns . Se convierte en el hazmerreír del círculo de amigos que frecuenta en San Petersburgo por el exceso de amabilidad con el que responde a las ofensas, porque está modelado conforme la imagen del pobre caballero de Cervantes, y como tal es nombrado por los personajes que le rodean, como Aglaya Ivánovna, Kolia y Lizaveta Prokófievna, en referencias intertextuales que combinan la poesía de Puschkin y la narrativa de Cervantes, para hacer un reconocimiento burlesco a la pasividad y el candor del príncipe.

Los capítulos VI y VII de la segunda parte de El idiota están dedicados por entero a desarrollar esta idea del pobre caballero, con la que se trata de relativizar un tanto ambiguamente, a partir de la referencia quijotesca, lo que casi todos piensan sobre el príncipe Mischkin. El lenguaje es indirecto, sibilino y se trata de una operación de “caja china”, que se hace en una animada reunión en que el príncipe, ignorando la hipocresía de Gavrila Ardaliónovich, ha expresado que éste ha cambiado mucho, es decir, que ahora ya no es un traidor, para extrañeza de todos. Kolia, que es un intrigante, ha dicho que “… No hay nada mejor que el pobre caballero” y aunque Lizaveta Prokófievna no entiende, los demás saben que se hace mención implícita a Mischkin, que siempre justifica a quienes lo maltratan. En un comienzo, la mención al pobre caballero parece referirse a un cuadro que quiere pintar Adelaida Ivánovna, por sugerencia de su hermana Aglaya Ivánovna, quien además, para ampliar el equívoco, dice que su propuesta ha resultado de la evocación de un poema de Puschkin dedicado al hidalgo caballero de Cervantes y que ella se dispone a recitar. El contexto de la escena, por unos magníficos diálogos que se entrelazan en la reunión, aluden sin duda alguna a Mischkin, pero los asistentes se inclinan por seguirle el juego a la muchacha que, en efecto, los declama, no tanto para hacer un homenaje al padre de la poesía rusa, sino porque esta balada, que está transcrita en la novela, representa una excusa perversa para referirse al amor que el príncipe tiene por la prostituta Natasia Filíppovna, que la joven desprecia y envidia por su belleza.

Antes de recitar la balada, Aglaya Ivánovna revela sus opiniones sobre el pobre caballero es una especie de “lección” escolar, que no es otra cosa que una estrategia para ridiculizar a Mischkin -a partir del poema de Puschkin- frente al grupo de visitantes, quienes desde hace ya un tiempo (y no únicamente en esta escena) se han estado burlando del príncipe. Así lo dice sin la menor turbación:

(…) a este pobre caballero todo le daba igual, fuese quien fuese e hiciese lo que hiciese su dama. Estimaba bastante el haberla elegido él y puesto su fe en su pulcra belleza para adorarla ya eternamente; en esto consistía también su mérito: en que, aunque luego resultase ella una ladrona, él debía seguir creyendo en ella y rompiendo lanzas por su hermosura (…) El pobre caballero es ese mismo Don Quijote, solo que serio y no cómico. Yo, al principio, no comprendía, y me reía; pero ahora amo al pobre caballero, y, lo principal, estimo sus proezas


Este grupo de visitantes, a excepción de Lizaveta Prokófievna y el general Iván Fiodórovich, celebra en silencio el ridículo y la inocencia del príncipe, pues todos saben que la mujer aludida es Natasia Filíppovna (sus iniciales han sido cambiadas a propósito en el poema de Puschkin) y que se trata de una prostituta que vive del comercio amoroso y sexual con los hombres, que su belleza es maravillosa mas no “pulcra” y que el pobre caballero es el joven príncipe que a toda costa quiere redimirla, la ama y va a casarse con ella, asunto que no puede tolerar Aglaya Ivánovna, quien desprecia y admira, odia y ama a Mischkin.

Esa ausencia de sentido común, ese habitar en un mundo tan ideal y quijotesco genera, así mismo, frases dolorosas de reconocimiento con las cuales luego pretende expiar la culpa esta joven rica y pretenciosa, a pesar de todo el ridículo al que lo ha sometido. En la tercera parte de la novela, Aglaya le increpa con amorosa rabia por su pasividad:

¡… Aquí no hay nadie, nadie, que valga un dedo meñique ni tenga su inteligencia ni su corazón! ¡Usted es más honrado que todos, mejor que todos, más inteligente que todos! Aquí hay quien es indigno de agacharse y recoger del sueño el pañuelo que usted deja caer… ¿Por qué se humilla usted así y se rebaja ante ellos? ¿Por qué ha de desperdiciar usted todo lo suyo, por qué no ha de tener usted orgullo?

Así como “La verdadera pasión de don Quijote es reconocerse en lo ya escrito” según la aguda observación de Estanislao Zuleta y por lo tanto su locura y su sentido de realidad provienen de la correspondencia entre sus acciones y el mundo maravilloso de los libros de caballería de tal forma que todo cuanto imagina o cree ver resulta posible por más inverosímil que parezca, la excentricidad pasiva de Mischkin proviene de su imposibilidad de contemporizar sus valores éticos y morales con un mundo degradado en donde él es un hombre solitario que padece de ingenuidad. En la misma perspectiva de Zuleta, podría decirse que Mischkin se reconoce en el texto de lo que los otros no son, pero no es consciente de esta trágica y cómica correspondencia. Don Quijote y Mischkin pertenecen a mundos radicalmente ilusorios pero funcionales y acordes con sus postulados íntimos, que desde luego distan mucho del sentido de verdad y realidad del mundo que los rodea. Fernando Savater, a propósito de Don Quijote, dice que el personaje de Cervantes, “ está vencido de antemano, no corresponde a las posibilidades ni a las dificultades de su época, está ridículamente solo” , como lo está también el príncipe Mischkin. Es la soledad del soñador, del que fabrica castillos en el aire . El saber trascendental que estos personajes poseen se deriva de una manera poética, disparatada, bellamente inútil, de ver a los otros. Mischkin encarna el ideal religioso del hombre no contaminado con la maldad, la malicia ni la injusticia, pues es una especie de joven-santo decimonónico de los salones burgueses de San Petersburgo que quiere redimir con su pasividad el pecado y a los pecadores, como es el caso de Natasia Filíppovna y Rogochin.

Mischkin es el único personaje de Dostoyevski en quien el amor es sólo caridad y esto según una experiencia solidaria entre sentimiento, intencionalidad, y comunicación al otro. En esto consiste, simultáneamente, su inocencia y su rareza, su alegría y su vulnerabilidad .

Todos estos aspectos están relacionados con la profunda religiosidad que expresa Dostoyevski en sus novelas, en especial con el asunto de la redención cristiana a través de la bondad y la caridad. Mischkin busca redimir a la prostituta Natasia Filíppovna con el matrimonio, a pesar de que también se burla de él públicamente y, de manera simbólica, logra la redención del asesino de esta mujer, Rogochin, acompañándolo a velar su cadáver durante una noche, en una escena memorable y desgarradora de la novela que es una especie de paralelismo malvado con la velación de armas de Don Quijote cuando decide hacerse caballero andante; perdona a quienes pretendieron perjudicarlo publicando un artículo injurioso en su contra, y poco le importa el ridículo al que es sometido insidiosamente por la fogosa Aglaya Ivánovna, que, como se dijo, lo ama y lo desprecia; se somete a encarnizados juicios en las veladas familiares en su casa y en la de los Yepanchin, es timado por Lebédev y Gania, desperdicia su fortuna pagando deudas inexistentes heredadas de su benefactor: es, en definitiva, un ingenuo que cree en todo lo que se le dice, y que busca, por añadidura, justificar a los demás por la ofensa que padece, como si con todo esto su actitud frente al mundo resaltara sin ambigüedad alguna el título de la novela. Como es un alma pura, que no tiene conciencia del pecado, no necesita redención propia, le basta la compasión: por eso se dedica a redimir o soportar a los demás. Su sentido de la bondad, de la humanidad, de la piedad, es escandaloso, inefable, pues sus principios morales están fuera de la esfera de lo real. No existe en su vida de joven rico y exquisito, ni siquiera, un menor atisbo del amor pasión, de la libido, en su relación con las mujeres por las que siente amor –Natasia y Aglaya-, porque la base de este amor es la compasión y la piedad. Cansinos Asséns así lo describe:

… Es tan humano, que casi niega la humanidad, según el falso concepto de los hombres, que no admiten ya humanidad sin algo, por poco que fuere, de bestialidad; pues ese ser casi incorpóreo está exento de todo apetito y de toda pasión, excepto de piedad; come sin gula –sus yantares son más bien comuniones- y ama sin lujuria .


A la manera de Don Quijote –y con una huella muy evidente de la ortodoxia cristiana que hace el sufrimiento un instrumento para la redención de la humanidad-, la base de su acción, de su búsqueda, reposa en el sacrificio y la inocencia. Vive, como Don Quijote, en un alucinado mundo imaginario, sin ningún sentido de la realidad. Y podría inferirse que en esa voluntad manifiesta por la redención de los otros, el gran novelista ha revelado aspectos filosóficos esenciales de su formación en el catolicismo ortodoxo ruso, como también ciertos elementos biográficos que se relacionan con esa religiosidad exacerbada. El idiota ha sido considerada, en este sentido, una de las novelas con aspectos biográficos más explícitos de Dostoyevski, en particular con la inminencia de la muerte propia, ya que el autor estuvo frente al pelotón de fusilamiento, cuando apenas tenía 28 años (una edad parecida a la de Mischkin) y había sido condenado a muerte por atentar contra la seguridad del Estado, pero cuya ejecución se canceló en el último minuto, incidente que para algunos significó el comienzo de sus ataques de epilepsia , y que se halla descrito ampliamente en esta novela.

Este angustioso indulto de última hora a Dostoyevski, como muchos aspectos autobiográficos, son materia novelesca muy interesante para aproximarse a la relación entre el autor y su obra, y en el narrador ruso abundan: la epilepsia, la abyección a la que llega por la afición al juego, el presidio, las fantasías amorosas, la culpa… Pero adquieren una dimensión estética formidable cuando, como en el caso de El idiota, es motivo de reflexión o disgresión encubierta en la voz de los personajes. En el caso del indulto, Dostoyevski plantea cómo existe una gran diferencia entre la crueldad y el sentido inhumano de una muerte por sentencia judicial –que es segura, inexorable, cierta, casi ineludible- y el homicidio voluntario, en donde siempre hay la gratuidad del instante, la posibilidad de la esperanza, una noción de sufrimiento, si se quiere, más “humano”. Se trata de una situación límite, que en la novela sirve para plantear esos momentos angustiosos y maravillosos que anteceden a la certeza inevitable de la muerte y que concentran sentimientos contradictorios en una especie de iluminación o proximidad a la trascendencia, donde las fronteras temporales se borran y los pensamientos más insospechados afloran para el hombre. En El idiota se trata de un relato interpolado, como el de la joven tísica María y los niños, que revelan facetas complementarias de la piedad y la misericordia del príncipe Mischkin.

Por todas estas cosas, no es exagerado afirmar que El idiota es el Don Quijote ruso: Mischkin es un ser a quien su pureza lo hace vulnerable, su fragilidad lo convierte en un hombre de quien todos se burlan y aprovechan, su sentido de la amistad es generoso y unívoco; de la misma manera en que el Caballero de la Triste Figura es vulnerable en sus acciones épicas y rotundas, al enfrentar gigantes como molinos de viento o discutir con toda la inocencia las recomendaciones para sus gloriosas empresas que le hace socarronamente el bachiller Sansón Carrasco en la segunda parte de la novela y que le sacaban lágrimas de compasión a Heine, según el mismo Dostoyevski . Mischkin y Don Quijote tienen una percepción de la misericordia y del mal casi infantil, libre de la malicia y el desdén. No sienten envidia por la fastuosidad porque les basta un mundo interior contemplativo, no padecen de la culpa propia pues se sienten dueños de una misión que alguien les ha asignado para redimir a los demás, mediante el sufrimiento o el ascetismo.

En síntesis, Mischkin es una especie de fantasma de la piedad, un Quijote ruso que va “desfaciendo males” como el manchego “desfacía entuertos”, sin importarle la burla ni el ridículo: un ser casi imposible de soportar en un mundo de contraprestaciones y apariencias –desde los parámetros de la “pobre realidad” que anima y gobierna el mundo histórico- pero que está dotado de un poderosa fuerza humana, que es la del ideal ético puro.

La fantasmal pero delirante figura de Don Quijote debió perseguir con encono a Dostoyevski en sus febriles noches de trabajo, y debió aparecérsele más de una vez en el trance de sus momentos previos a los ataques de epilepsia. De allí el tesón del novelista ruso, quien también luchó hasta la muerte por crear esa espléndida ilusión de verdad de su mundo fantástico. Por ello, quizás, Dostoyevski tuvo para la obra de Cervantes los más grandes elogios que escritor alguno pudiera tener con esta inmortal obra, manifestando que para el juicio final ese sería el libro que debía acompañar al hombre como síntesis de humanidad:

En todo el mundo no hay una obra de ficción más sublime y fuerte que ésa. Representa hasta ahora su suprema y más alta expresión del pensamiento humano, la amarga ironía que puede formular el hombre, y si se acabase el mundo y alguien le preguntase a los mortales: “Vamos a ver: ¿qué habéis sacado en limpio de vuestra y vida y qué conclusión definitiva habéis deducido de ella?” podrían los hombres mostrar el Quijote y decir; “Esta es la conclusión respecto a la vida…, ¿y podríais condenarme por ella?” No quiero decir que el hombre tuviera razón en esto; pero…


La Media Luna, 31 enero de 2005

viernes, 12 de septiembre de 2008

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